¿Porqué me fui de Monterrey?

Empezaré diciendo que he sido feliz por muchos más años en Monterrey que en cualquier otra ciudad del mundo. A mis 27 años decidí mudarme a la Ciudad de México, y a mis 33 me sigo cuestionando el ¿porqué?

Esta pregunta me la hizo por primera vez mi psicoanalista. ¿Porqué te fuiste de Monterrey? Me tocó voltearle la cara varias veces, mirar hacia otro lado tratando de evadir una respuesta porque no la tenía y ni siquiera quería pensar en comenzar a buscarla. Intentaré contar un poco sobre este proceso.

Yo nunca fui una buena «regia». Me sentía extraña, desde pequeña me costó pertenecer. Las frases que recuerdo haber escuchado más en mi infancia fueron cosas como «calladita te ves más bonita», «compórtate como una buena niña», «este es tema de adultos». Me exigían ser delicada, recatada y femenina y yo jugaba a hacer pasteles de lodo, me sentaba con las piernas abiertas y acariciaba gatitos callejeros.

Una vez en el colegio donde cursé la primaria la maestra pidió: «levante la mano quien cree que viene de una familia rica». Solo unos diez compañeros del salón levantaron la mano. Yo tuve muchos privilegios, de entrada recibí educación en una escuela privada. Soy la menor de 4 hermanos, y siempre fui la más ruidosa y peleonera de la familia. Me enojaban las injusticias y debatía hasta las últimas consecuencias cuando mi mamá nos hacía poner y levantar la mesa a mi y a mi hermana, mientras mis hermanos podían seguir jugando video juegos, y la única explicación que recibía del porque yo tenía que hacer eso y ellos no siempre fue: porque ustedes son mujeres.

Cuando mis hermanos varones (los dos mayores que nosotras) entraron en la adolescencia les gustaba escuchar ska, gracias a ellos conocí inspector, panteón rococo, el gran silencio. No recuerdo quién me lo dijo, pero aprendí que debía decir que esa música no me gustaba, a pesar de que era mentira (hasta la fecha me sigue gustando), y la razón era la misma esa música «era de hombres».

De manera que, todo el tiempo si uno es mujer, había que mantener una fachada. Físicamente no podías sacar la panza, tenía que peinarme al salir de mi recámara, vestir ropa linda y combinada. Creo que mucho tiempo incluso pensé que el propósito de esta imagen tan importante que las mujeres teníamos que proyectar tenía que ver con hacernos atractivas para que un hombre nos escogiera, solamente. Tiempo después entendí que la fachada femenina se exige por mucho más que eso, es más bien una herramienta que en la sociedad te otorga un cierto lugar y un cierto «poder».

Me refiero a poder no desde una fuerza, sino como una posibilidad. Una mujer que lleva bien esta imagen femenina, en una sociedad como la regia «puede acceder» a ciertas cosas que quien no lleva su imagen de la misma forma no puede con la misma facilidad. Al principio todo esto me abrumó, pero al final me acostumbré y traté de hacerlo parte de mi rutina sinceramente nunca hice muy buen trabajo.

Con el tiempo me hice mejor regia, me obsesioné con el trabajo y aprendí rápido mis fortalezas para explotarlas a mi favor. Fui buena en la escuela y tan pronto tuve edad para empezar a trabajar lo comencé a hacer. Hasta llegué a sentir la tan anhelada superioridad regia ante el primer espejismo de superación laboral que se me presentó. Sentía que lo estaba haciendo increíble y la promesa regia es que si trabajas duro, te va a ir bien y vas a «salir adelante».

Entonces conocí al primer hombre de hojalata, que fue el director de operaciones de una Fundación en la que hice mis prácticas profesionales. Yo en ese entonces tenía 20, él quizás 25 a 30. Yo vivía en una casa dónde habitábamos 7 personas y compartía el cuarto con mi hermana, él a los 25-30 ya era director de operaciones, yo llegaba al trabajo en camión o transporte público, él manejaba un BMW, yo tenía que tener 3 trabajos para pagar mi universidad y bueno él me recomendó leer «7 hábitos de la gente altamente efectiva» y ni siquiera me pagaban a tiempo. Aún no sé si existe una mejor descripción para expresar lo que es un imbécil.

Cambié de trabajo y con el tiempo llegué a la arrogancia de creerme la mejor en lo que hacía, hasta que todo cambió. Me encontré en un rol de líder y de repente la vida me empezó a incomodar. Compartí mi sentir de manera casi obligada con un jefe que me preguntó ¿qué quería hacer de mi vida? cuando escuchó que mi respuesta no era casarme a los 25 y ser mamá su reacción fue de decepción absoluta, me dijo: «estás muy perdida» y después de esa conversación sentí como en adelante me trató de «loca». Conocí un colega de mayor jerarquía que decía que le «enternecía» cada vez que hablaba. Jamás dije algo enternecedor… poco me faltó para rayarle la madre en su cara, un hombre utilizando la «ternura» que puede inspirar una mujer para minimizarla o desvalorizar sus argumentos. De repente era vivir en un mundo que me repetía sin parar que para ser exitosa en el mundo laboral una mujer debería ser hombre, de otra manera eres una loca o una pend3ja.

Obviamente todo esto me llenó el saco de piedritas, y yo me empecé a enojar. Me enojé con la vida, me volví una tirana, arrogante, presumida, frustrada… fueron días muy oscuros y mentiría si dijera que no me reconocía, yo sabía perfectamente que era yo quien actuaba y sabía lo que estaba haciendo… sabía que lo hacía desde la ira. La ira que provoca que tus ideas no sean escuchadas, la ira que provoca no ser respetada como mujer o como persona, la ira que provocan las innecesarias exigencias que yo tuve conmigo misma y sobre todo la ira que provoca lo que exigía la sociedad de mí (que en el fondo sabía que no iba a cumplir) y que por algún motivo no podía lograr que me valiera madr3.

Una mujer en sus 20s, en el Monterrey que yo viví, debía tener una relación estable. Conocer el amor, construir recuerdos lindos juntos hasta hacer que un hombre sentara cabeza por allá de los 25. Si no cumples con esto es señal de que estás roto, de que algo anda mal contigo o de que tu vida es un desastre y te vas a quedar solo. Voy a ser honesta no es que yo estuviera peleada con esta idea, de hecho a mí me educaron para querer cumplir esta expectativa, pero en mi caso no se dió así. Mis últimos dos años en Monterrey tuve que lidiar con comentarios como «¿No te da miedo quedarte sola?», «¿Dime la verdad eres lesbiana por eso no tienes novio verdad?», «Ay es que tu eres más de energía masculina», «Es que no les digas cuanto ganas y no hables tanto de trabajo con tus dates, los vas a asustar». Esto no ayudó a mi ira por supuesto, al contrario creo que me enojé con la ciudad entera.

Vengo de una familia que venera el trabajo, solo que yo salí mujer y pues ahí aplica diferente. En mi casa se alegraron más el día que tuve novio formal después de varios años que el día que me gradué de mi maestría en Europa. Celebraron más cuando bajé de peso que el día que terminé de pagar un auto. Entendieron mejor mi decisión de irme a vivir con mi novio que cuando les dije que me mudaba de la casa para independizarme y vivir sola. Ningún logro como mujer soltera es comparable a cualquier cosa que suceda estando en pareja. Y no lo digo con afán de victimizarme sino de evidenciar como funciona un poco la cultura. Yo no digo que mi mamá no estuviera contenta el día en que me gradué pero eso es algo que quizás no compartió tanto con todas sus amigas, porque eso de enfocarse en la carrera es más de hombres y si hacemos mucho énfasis hasta podrían creer que soy «marimacha». Aquí lo que se espera es una mujer que utilice su inteligencia para administrar su hogar. Resalta aquella mujer que hace «lucir» bien a su marido, casi casi que la que mejor resalte el brillo de su pareja se vuelve la mujer ejemplar, como mi querida Mariana Rodríguez. Una mujer es admirada mucho más por la pareja que logra conseguir que por logros propios, aún que no lo queramos aceptar. Mariana podría no ser empresaria, la seguirían admirando por ser la impecable esposa del gobernador, aclaro que no tengo nada personal en contra de ella, solo es un ejemplo para expresar la mirada que se les da a las mujeres.

En fin, no tardé en darme cuenta que yo disto mucho de ese estereotipo de mujer. Perdí completamente el interés en «casarme joven» y en general de ser admirada por mi elección de pareja. Yo no soñaba de niña con mi boda, el querer cumplir la expectativa de mujer regia fue un rol aprendido y decidí soltarlo.

Me fui de Monterrey porque entendí lo que no era y necesitaba saber ¿qué mujer si soy?¿de qué sí estoy hecha?¿qué si es lo mío? ¿Pude haberlo descubierto en Monterrey? Quizás, pero en su momento no se me antojó lidiar más con las miradas regias que poco discretas son cuando uno elige un camino diferente. Necesitaba encontrar mi propia voz, entender con qué resueno y con qué no. Me fui de Monterrey porque me faltó energía para responder a tanta demanda.

Y voy a ser de nuevo honesta, yo amo la música de mi ciudad, la comida, el café iguana, la avanzada, mis raíces, mis montañas y mi sol. Somos gente que conoce la lealtad, que sabe hacer comunidad, que se ayuda, gente orgullosa y trabajadora. Somos gente que defiende en lo que cree, aún que a veces creamos cosas que nos hieren. Somos gente que sabemos estar el uno para el otro. Gente que sabe levantarse.

Yo pude haber sido un bicho raro pero siempre seré un bicho raro regio porque ahí es donde crecí, porque ahí pertenezco y Monterrey es mi ciudad. Hoy estoy floreciendo en otro lugar pero mis semillas vienen del norte, del mero San Luisito porque de ahí es Monterrey ;).

Si llegaste hasta acá, gracias por leerme.

Con cariño,

Jess.