Que alguien me arregle la vida… por favor

Nos prometieron que nos iban a arreglar la vida, que llegaría alguien a darnos todo lo que nos falta para que entonces podamos dedicarnos a ser felices.

No es tan fácil. No somos pedazos, como nos enseñaron, no hay medias naranjas. La primera pregunta sería, ¿Qué es ser feliz? ¿Será igual para todos?

Estar acompañado en la vida, no es sinónimo de tener pareja. La verdad es que la mayoría no sabemos tener pareja, idealizamos, nos cegamos voluntariamente ante lo que no nos gusta del otro, nos manipulamos todo el tiempo con tal de obtener algo. Cargamos con le peso de otros con tal de no estar solos. Y es que, ¿acaso estar solteros nos resta valor? Recuerdo que alguna vez, una amiga antes de casarse me compartió emocionada que otras de sus amigas le envidiaban porque ella ‘ya tenía su vida arreglada’ pues iba a casarse en unos meses. Con esa amiga yo compartía todo, pero esa risa o emoción no la pude compartir, creo que a partir de ahí comenzamos a coincidir cada vez en menos temas. La amo con el alma, pero sigo creyendo que no hay suceso, persona ajena, una empresa, un boleto de lotería… que vayan a ‘arreglarle’ la vida a una persona. Me parte el corazón que nos educaron para creer eso.

A la mayoría de estas personas les aseguro que no sabemos con certeza qué es lo que hay que ‘arreglar’, si uno mismo a veces no lo sabe, ¿cómo esperaríamos que algún extraño lo supiera a la perfección? por eso me cagan los gurús. Personas que juran saber qué es lo que necesitas, aléjate de ellos; es el segundo mejor consejo que me dió mi abuela. Hasta hay empresas que intentan hacer lo mismo y decirte cómo, cuando y dónde vas a ser feliz gracias a ellos.

Vivimos en la era del contacto cero, en la sana distancia, en el miedo al ser humano, en la desconexión. Nos cuesta mirar hoy, mirarnos a nosotros y mucho más trabajo mirar al otro. Paradójicamente, todos añoramos eso que nos prometieron, llámese sistema, persona, super héroe o salvador que llegue a arreglarnos la vida y pues, parece que nunca en la historia al sistema, a las demás personas o al poder le hemos importado tan poco como hoy, y ¿cómo no va a ser así? si no podemos ni sostenernos la mirada los unos a los otros. Nos aterra darnos un abrazo, sentirnos queridos nos vulnera, confundimos amor con dependencia y demasiada dependencia nos incapacita.

Todo esto lo escribo porque es necesario nombrar las cosas para aprender a mirar también los potenciales que surgen de ellas. Aprender a habitar la vida y reclamar lo que nos mueve. Ante una profunda tristeza puede surgir una gran esperanza que nos ayude a superarla, ante el hartazgo por todo lo que sale mal puede surgir la más bella empatía y pertenencia después de sentirse escuchado; y es que no todo lo que nos pasa tiene que significar algo pero todo lo que nos mueve nos hace más sabios.

No es el más inteligente, ni el más trabajador, ni la más bonita, ni el más poderoso quien puede arreglarnos la vida. Eres tú, quien aprende a mirarse a sí mismo, a reconocerse, a conectar con la vida y con el mundo. Y ese me parece que es nuestro mayor poder, del que todos somos capaces de alcanzar siempre que nuestras condiciones materiales lo permitan. Vale la pena luchar por que todos tengamos ese privilegio.